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Investigación en Comunicación Interespecies

La frontera entre la comunicación y el caos en las interacciones interespecies es como un departamento de fermiones en estado de superposición, donde cada intento de desentrañar un mensaje parece abrir caminos insospechados hacia universos paralelos de significado. Los investigadores que navegan en esta nebulosa suelen usar lenguajes que parecen más midiclorianos que protocolos científicos, intentando traducir maullidos, gorjeos o pulsos electroquímicos en códigos comprensibles, como si cada zoológico fuera un mini laboratorio de física cuántica aplicada a la etología digital.

Un caso paradigmático, aún no convertido en leyenda, es la “Conferencia de CommuniCápsulas” en una pequeña selva de la Amazonía donde, tras meses de experimentos con primates y delfines, un científico logra hacer que un orangután envíe un símbolo, no a través de herramientas, sino mediante un sistema de luces lenticulares sincronizadas con sus gestos. La imagen, que recuerda un artwork futurista de los cincuenta, revela que quizás no solo las máquinas puedan aprender a entender a los seres no humanos sino también que los no humanos puedan, en una forma de juego cósmico, enseñar a las máquinas a entenderse entre sí. Es decir, la comunicación no es solo un puente, sino una serie de pequeñas explosiones que reconfiguran realidades zoológicas y tecnológicas en un mismo instante.

¿Qué sucede cuando humanos y animales dejan de ser piezas en un tablero de ajedrez para convertirse en jugadores en un universo de ideas emergentes? Se asemeja a cuando un dijet automático decide no solo jugar con el entorno, sino jugar con el jugador, introducido en un experimento donde los límites tradicionales de la sintaxis y la semántica se diluyen. En estos experimentos, la ciencia ya no busca solo interpretar el idioma no humano, sino que intenta, en un acto de rebelión cósmica, reescribir las reglas del significado en un idioma que no tiene palabras previamente definidas, sino que construye su propio vocabulario a medida que evoluciona.

Hace algunos años, en un suceso casi apocalíptico, un grupo de científicos en Berlín logró que un grupo de perros, mediante un sistema de estímulos y respuestas crípticas, pareciera comunicar una elección: correr a la izquierda o a la derecha. La campaña, bautizada como “Elige tu destino canino”, utilizaba un mapeo de estímulos que, en su complejidad, parecía más parecido a programar un código en un lenguaje de bajo nivel que a una simple interacción cotidiano. La pregunta saltaba como una chispa de electricidad: ¿estaban hablando estos perros en un código binario o simplemente estaban jugando a un juego de matched pairs con humanos? La línea entre la conversación y la manipulación se vuelven tan borrosas que, en ciertos círculos académicos, ya no se sabe si la interacción interespecies es una exploración de comunicación o un acto de improvisación en un teatro de marionetas cuánticas.

La futura investigación en esta materia quizás nos lleve a entender que los animales no solo transmiten mensajes, sino que participan en un diálogo que opera en un espacio-tiempo diferente, una especie de realidad aumentada biológica donde las palabras son solo una de las capas en un mosaico de posibles interpretaciones. Tal vez, en un mundo no tan lejano, los delfines y los murciélagos compartirán experiencias en un lenguaje que desafía la lógica, como si las ondas cerebrales humanas se fundieran con las vibraciones inaudibles, creando un campo de resonancia que trasciende los límites de la percepción convencional.

En definitiva, la investigación en comunicación interespecies parece más un acto de alquimia que de ciencia, en el que los experimentadores se convierten en magos que intentan conjurar significado en un mundo que no fue diseñado para ser traducido, sino para ser sentido. Como un poema que se escribe con sonidos que no existen, solo en la conciencia de quienes se atreven a escuchar más allá de las palabras, este campo desafía las nociones tradicionales de entendimiento y nos invita a cuestionar si —en última instancia— los otros seres del planeta no están simplemente esperando que cambiemos la forma en que nos comunicamos con ellos, quizás porque, en su idioma, cada silencio es una narrativa completa, cada gesto un poema imposible de traducir, pero infinitamente hermoso en su propio universo.