Investigación en Comunicación Interespecies
¿Qué sucede cuando las ondas de realidad se disuelven en la tinta invisible que une a especies que, por tradición, se creen condenadas a la incomunicación? La investigación en comunicación interespecies no diferencia mucho de explorar un océano de silencio en un planeta de ecosistemas mudos; cada descubrimiento, una burbuja que explode en el aire y revela el poeta en el lengüetazo de un pulpo o en el trote de un caballo que, quizás, también escucha sin oír.
En ocasiones, el estudio parece una partitura sin notas, donde las notas son sonidos y las partituras, el código genético de la interacción, un código que evoluciona sin ser descifrado. Como si el lenguaje fuera un enjambre de abejas en una colmena que, en modelos de lenguaje y máquinas, intenta traducir la dulce zumbadera en datos cuantificables. ¿Pero qué pasa cuando ese código se abre a los accidentes, a las coincidencias improbables? Como en el caso de Luna, una delfín que en un zoo del Pacífico empezó a balbucear secuencias que, sorprendentemente, parecían protestas o demandas de atención, en un intento de negociar la alimentación o la compañía, rompiendo con el paradigma del lenguaje único, la especie que habla en ecos y la que habla en sonidos.
El investigador que persigue patrones en ese parlamento de burbujas y aletas se asemeja a un mago con un mazo de naipes que no sabe si están mezclando el tarot o las cartas de un juego ancestral. La comunicación no solo tiene que ver con lo que se dice, sino también con lo que se comparte a través de gestos, movimientos y simultaneidades imposibles de mapear en un solo atlas. Un caso intrigante, ocurrido en un bosque lluvioso del Amazonas, revela cómo los guacamayos se sincronizaban en danzas aéreas que parecían formar una conversación, un diálogo cifrado, en un lenguaje que aún no ha sido decodificado por completo, pero que amplía las fronteras del concepto de 'entendimiento'. ¿Es esa danza una especie de telégrafo visual o un ballet emocional que trasciende las palabras? Quizá ambas cosas, quizás ninguna.
Al contemplar estas dinámicas, no es descabellado pensar en especies que no solo comunican, sino que también manipulan sus interacciones con fines estratégicos. Tomemos el caso de un grupo de ratas en un laboratorio europeo, donde se descubrió que, mediante ciertos sonidos ultrasónicos, lograban coordinar movimientos para ocultar comida de un experimento en el que los humanos intentaban 'participar' en su conversación clandestina y, por momentos, parecerían estar dirigiendo un teatro de sombras emocional, un teatro que, si se mira desde fuera, se asemeja más a una partida de ajedrez contra un enemigo invisible que a una simple interacción biológica. La pregunta entonces se convierte en: ¿qué significa realmente 'entender' en este universo laberíntico de comunicación forzada y espontánea? ¿Es acaso una ilusión, un espejismo en el desierto de la conciencia interestelar, donde cada especie alberga su propia lengua de las sombras?
Y en ese vasto vacío, las máquinas empiezan a jugar su propia partida; programas de inteligencia artificial diseñados para captar esas pequeñas ondas, esas pulsiones que no encajan en ningún idioma, en ninguna gramática, en ningún código hecho por humanos. ¿Un robot que intenta entender el canto de un grillo? ¿Un algoritmo que, con la paciencia de un monje budista, intenta escuchar en la cacofonía de sonidos un mensaje que no es otro que la expresión misma de la vida en varias dimensiones? La línea entre la investigación y el arte se vuelve tan porosa que la curiosidad misma parece una entidad con forma de criatura híbrida, que vacila entre entender y ser entendida, entre hablar y escuchar el silencio entre especies. Así, en un mundo donde las palabras casi no importan, la comunicación interespecies se convierte en un recital de absurdos, una danza de lo improbable que desafía toda lógica, y aún así, revela que quizá, en esa danza, radica la clave de la conexión más profunda que puede existir en este universo incompleto.