Investigación en Comunicación Interespecies
La investigación en comunicación interespecies se asemeja a un intento de traducir un poema que no sólo está en un idioma desconocido, sino que ha sido escrito en una tinta que desafía las leyes de la percepción. Es como descifrar la sinfonía de un pulpo que, con sus tentáculos, ha aprendido a tejer no solo tinta y arena, sino también códigos que desafían la lógica humana. ¿Cómo establecer un puente con un ente que, aunque comparte con nosotros la existencia física, vive en una dimensión donde la voz vibra en frecuencias invisibles, y la comunicación se manifiesta en gestos que para los nuestros son encriptados de pura ambigüedad?
Casualmente, un experimento en la Amazonía llevó a la génesis de un amidón incorpóreo: un bosque de papayas en el que científicos entrenaron loros para que transmitieran, mediante una sucesión de tinteros en desencuentro, mensajes que iban más allá de las simples palabras. La revelación: estos seres no solo interpretan sonidos o señales, sino que también entienden la coreografía del contexto, como si el significado fuera un eco que se rehúsa a ser atrapado en el laberinto de la transmisión verbal. La intención no era sólo entender si los loros podían comunicar un mensaje sino si, en esa interacción, la comunicación adquiría una forma de conciencia y no meramente un reflejo de estímulo. Es decir, explorar si la transferencia de información se transformaba en un proceso de negociación donde los conceptos y las emociones se entretejían en un tapiz imposible de romper.
¿Podría un delfín, al estilizar sus silbidos en patrones que parecen codificados en un idioma acuático —mucho más antiguo que la historia escrita—, estar avisándonos sin que nos demos cuenta? La cuestión toma un cariz más inquietante cuando, en un caso real llevado a cabo en la Bahía de Monterey, un investigador notó que ciertos patrones de clics parecían correlacionarse con cambios en la actividad de los tiburones, transformándose en un mensaje cifrado en movimiento. Aunque la hipótesis más racional indica que se trata de una respuesta a estímulos ambientales, la posibilidad remanente de que los delfines actúen como transmisores de mensajes en una cadena de comunicación mucho más extensa es como imaginar una red neuronal marina en la que cada conexión equivale a un mensaje no descifrado.
Involucrar a animales en la investigación de comunicación implica confrontar no solo la complejidad de sus lenguajes, sino la percepción misma de lo que significa entender otros seres. La comparación más inusual sería con intentar traducir una orquesta en la que cada instrumento representa un idioma distinto. El tambor de un elefante, con sus vibraciones rítmicas, podría ser un tambor que, en su interior, dialoga con las frecuencias de una ballena, en una especie de diálogo submarino entre titanes acústicos. En esa conversación, no solo hay palabras; hay punzadas de emociones, cargas de historia evolutiva que laten en cada sonido, en cada movimiento, en cada desplazamiento de la marea de la comunicación.
Un ejemplo concreto: el Proyecto Cetalog, que busca comprender si las narrativas acústicas de las ballenas contienen estructuras similares a las de los idiomas humanos. En cierto momentos, se ha detectado que ciertos patrones de canto parecen variar con cambios en la migración de las especies, casi como si las ballenas usaran su canto para codificar datos sobre su ruta, disponibilidad de alimentos o incluso eventos sísmicos. La interrogante que surge es si devuelven a los investigadores fragmentos de su propia experiencia, en un acto que sería, en esencia, una especie de escritura interbalénica. La comparación aquí podría ser con un árbol que en sus raíces sostiene un universo paralelo explicado sólo en sus propios lenguajes.
Quizá, en algún rincón de esa exploración, la comunicación interespecies se asemeja a un juego de ajedrez entre fantasmas: algunos movimientos son visibles, otros solo perceptibles en la penumbra de la percepción que aún nos queda por desarrollar. La cosa no es tanto descifrar un código sino entender la propia naturaleza de la comunicación, esa danza sin pasos precisos, un flujo de sensaciones que borra las líneas entre el emisor y el receptor. Como en aquel suceso en el que un grupo de elefantes en África pareció transmitir un señal inequívoca de alerta, no solo a sus congéneres sino a los biólogos que creían haber avanzado en el entendimiento de su lenguaje, solo para descubrir días después que esa "señal" era en realidad un eco de una frecuencia que, en su repetición, actuaba como un signo de presencia.
Al final, la investigación en comunicación interespecies nos invita a repensar el concepto mismo de diálogo, diálogo que, tal vez, no necesita palabras para ser completo, sino la resonancia entre diferentes mundos vibrando en sincronía. En esa sintonía, los humanos dejamos de ser los seres que dominan el lenguaje y nos convertimos en viajeros de un universo donde la comunicación, en su forma más pura, no tiene idioma, sino que se expresa en la danza silenciosa de las entidades que, quizá, nos están diciendo algo más allá de cualquier traducción.