Investigación en Comunicación Interespecies
La investigación en comunicación interespecies se asemeja a desembarcar en un mar de jeroglíficos sin mapa, donde los signos no siempre están diseñados para ser leídos; parecen, más bien, reflejos distorsionados de un universo paralelo donde los idiomas se entrecruzan y las señales colonizan nuevas galaxias lingüísticas. Es como intentar entender la sinfonía de un pulpo cuando sus tentáculos golpean diferentes instrumentos en ritmos que no corresponden a ningún compás humano, pero que, sin embargo, transmiten un mensaje igualmente profundo, aunque en una frecuencia que nos resulta ajena y seductora.
Casos prácticos de esta exploración se vuelven como fragmentos de un mosaico soviético: uno notable es la comunicación entre delfines y humanos en el acuario de Shark Bay, donde investigadores diseñaron un conjunto de comandos sonoros y gestos con la esperanza de traducir sus chasquidos en palabras humanas, como si intentaran que un pingüino aprendiera la teoría de la relatividad. La sorpresa fue que los delfines no solo respondieron a los datos, sino que aparentemente crearon sus propios códigos, en patrones que los experimentadores no lograron descifrar, como si hubieran convertido el proceso en un juego sónico de percepción sensorial pura, donde los humanos son los que intentan aprender un idioma de la que, en realidad, es la lengua materna de los mares.
Otra historia cercana al surrealismo ocurrió en la selva amazónica, donde un equipo de lingüistas utilizó grabaciones de ruidos de insectos y animales para investigar posibles skypes naturales, una especie de WhatsApp biológico. La hipótesis: algunos sonidos podrían ser tales como palabras—o quizás microhistorias biológicas—que las criaturas utilizan para una comunicación que, en sus universos, es tan cotidiana como un mensaje de texto en la ciudad capital. La idea resulta perturbadora: tal vez los insectos tienen, en su código vibratorio, una gramática que solo puede entenderse si logramos sincronizar nuestro cerebro con las frecuencias que ellos usan, como si la selva misma hablara en un dialecto de ultrasonidos y pulsos eléctricos.
El suceso real que ilustra esta línea de investigación ocurrió en 2014 con el chimpancé Kanzi, un simio que fue expuesto a una máquina de símbolos visuales y cuya capacidad de comunicar pensamientos complejos sorprendió a la comunidad científica. ¿Pero qué ocurrió cuando esta forma de comunicación se trasladó a un escenario fuera del laboratorio? En cierto momento, Kanzi logró usar los símbolos para expresar no solo deseos inmediatos, sino también visiones abstractas de su entorno y conflictos en su vecindario, como si la barrera entre nosotros y la otra especie se diluyera en un charco de significado mutuo, y las palabras—en el sentido más literal—adquieran un peso peso y no solo una etiqueta.
Al plantear nuevas investigaciones, se abren puertas a algo que podría considerarse un experimento de alquimia comunicativa, donde la transformación no es solo de signos a sentido, sino de los propios seres que los producen. Similar a que un árbol en un bosque susurra en un idioma que solo otro árbol puede entender, la cuestión no radica en si logramos traducir, sino en qué sucede cuando aprendemos a escuchar en ese idioma, en esa vibración que trasciende nuestras nociones habituales de comunicación. La inclusión de tecnologías como la inteligencia artificial y el aprendizaje profundo en la interpretación de estos códigos es como agregar una lupa a un telescopio: amplificamos lo inobservable y, quizás, descubrimos que la frontera entre idioma y éter es solo una cuestión de escala y percepción.
Y si alguna vez conseguimos descifrar estos canales silenciosos, ¿qué ocurriría? Quizá entenderíamos que la esencia de la comunicación no reside en la complejidad de las palabras, sino en la sintonía sutil que une a todos los seres en su propio idioma de pulsaciones invisibles. Sería como que un símbolo de la memoria universal se revela solo a aquellos dispuestos a escuchar en la frecuencia adecuada, donde la comunicación interspezies deviene en un puente entre la conciencia y la eternidad, haciendo que la ciencia y el misterio bailen una danza de reconocimiento mutuo en un escenario donde las palabras solo sirven como acompañamiento de un diálogo más profundo y antiguo que el tiempo mismo.